TERAPIA ECONÓMICA DE CHOQUE
El artículo hace referencia a las discrepancias que mantienen los economistas y describe la llamada terapia de choque, promovida por el neoliberalismo, que consiste esencialmente en recortar drásticamente el gasto social, privatizar las empresas y los servicios públicos y desregular la economía.
JOSÉ FRANCISCO CABAÑAS MORA, profesor de Secundaria
MILTON FRIEDMAN, Capitalismo y libertad, 1962:“Las tres grandes reformas que hay que emprender son: privatizaciones, desregulaciones gubernamentales y recortes en el gasto social. Pueden ser impopulares, pero son inevitables para conseguir el equilibrio de mercado...”
Las medidas de política económica que está adoptando el gobierno, en muchos casos, nada tienen que ver con las que contenía el programa electoral a favor del que votaron mayoritariamente los ciudadanos. Para justificar los reiterados incumplimientos de sus promesas electorales, nuestros gobernantes alegan motivos diversos y, a veces, hasta inconsistentes o contradictorios: en ocasiones nos dan a entender que se han visto obligados a hacer lo que no querían, y que estos sacrificios nos vienen impuestos por Europa y los mercados, o son consecuencia de la herencia recibida; también llegan a afirmar que, aunque dolorosas e impopulares, representan acciones imprescindibles para salir de la crisis, y construyen un discurso basado en meras especulaciones que parecen sacadas de la literatura de ficción, ya que utilizan el recurso de la ucronía, como cuando señalan que estaríamos peor si no se hubieran tomado estas decisiones que nos han salvado de mayores desastres, o se refugian en la utopía, pidiéndonos que creamos en una futura mejoría; asimismo, lejos de excusarse, se vanaglorian de haber emprendido con rapidez y valentía las reformas estructurales que necesita nuestro país, que curiosamente coinciden con las que proponía Milton Friedman hace más de 50 años, como se puede comprobar en la cita de la cabecera; incluso pueden negar la mayor, y desmentir que se haya practicado ningún recorte en los derechos sociales de los ciudadanos, sino que lo que han hecho es aplicar criterios de racionalización económica para garantizar la economía de bienestar o unos servicios públicos sostenibles. Hay que partir de la base de que, a pesar de que se han realizado muchas investigaciones y estudios al respecto, existen muchas discrepancias entre los economistas en cuanto a las políticas más adecuadas para prevenir o combatir la inestabilidad económica y las crisis. Las causas que explican estas divergencias se relacionan principalmente con el hecho de que las teorías económicas que sustentan las “recetas” de política económica contienen abundantes juicios de valor o no están suficientemente contrastadas. Un ejemplo de estas controversias es la que mantienen los monetaristas y keynesianos en torno a la intervención del Estado en la economía. La escuela keynesiana es un movimiento que surgió en apoyo de las tesis del economista inglés Jonh Maynard Keynes, quien defendía que el gobierno debe adoptar medidas estabilizadoras para contrarrestar las fluctuaciones crónicas que padece el sistema de economía de mercado. Es considerado el economista más influyente del siglo XX y hay pocos estudiosos de esta ciencia que cuestionen que el importante crecimiento económico experimentado por los países occidentales a partir de 1950 se haya debido, en gran medida, a la aplicación de la política económica keynesiana. Pero, cuando estos países entraron en crisis en la década de 1970, un número importante de economistas responsabilizó al keynesianismo de los desequilibrios que surgieron en aquella época, con lo que empezó a remitir la influencia del keynesianismo y, paralelamente, comenzó a ganar terreno el monetarismo, hasta ocupar una posición dominante en la actualidad. Milton Friedman, economista norteamericano galardonado con el premio Nobel de Economía en 1976, es la figura más destacada de la corriente monetarista. Los dos postulados esenciales de esta escuela, que, a su vez, sirven de fundamento al neoliberalismo económico, son: la plena confianza en el mercado como mecanismo para asignar recursos de manera eficiente y la prioridad absoluta del presupuesto equilibrado y la estabilidad de los precios como objetivos de la política económica. Friedman y sus seguidores tenían la firme convicción de que las economías de mercado estaban muy distorsionadas por la intervención del gobierno, por lo que se hacía necesario una vuelta al capitalismo puro, y la única manera de conseguirlo era infligir deliberadamente dolorosos shocks mediante decididas políticas de austeridad en el gasto público, con el fin de que, dejando el mercado a su libre albedrío, alcance el equilibrio. Representan, por tanto, dos posturas abiertamente enfrentadas: por un lado, los keynesianos plantean que, cuando la economía atraviesa una etapa de recesión como la actual, en la que existen unos altos niveles de desempleo, el gobierno debería aplicar medidas de política fiscal expansiva, es decir, tendentes a estimular el crecimiento, concretamente, recomiendan incrementar el gasto público aun a sabiendas de que la menor recaudación de impuestos por la caída de la actividad económica eleve el déficit público, que, para ellos estaría justificado. Los monetaristas, por el contrario, señalan que si en una situación recesiva crece el gasto público, al final, se tendrán que subir los impuestos, se crearán tensiones inflacionistas y se producirá un efecto desplazamiento que será perjudicial –porque el sector público restará oportunidades de negocio y financiación al sector privado-. En definitiva, según éstos, las políticas fiscales expansivas, en lugar de impulsar la actividad económica, provocarán el efecto contrario, el estancamiento de la economía con inflación –lo que se llama en Economía estanflación-, por lo que abogan por la austeridad en el gasto público, con el fin de conseguir el equilibrio presupuestario, y que el sistema se reoriente hacia una economía de libre mercado sin intervención del gobierno. Friedman propuso por primera vez en 1975, cuando era asesor económico de Pinochet en Chile, la aplicación de este tratamiento económico que lo calificó con el nombre de terapia de choque, y que consistía esencialmente en recortar drásticamente el gasto social, privatizar las empresas y los servicios públicos y desregular la economía. El objetivo que se perseguía era provocar una súbita contracción que, según él, haría que la economía se recuperase rápidamente. Contrariamente a lo que Friedman predijo con excesivo optimismo, la crisis duró años, no meses. Como causar o agravar una recesión o una depresión es una idea brutal e impopular, pues conlleva provocar pobreza generalizada, Friedman advirtió que, para que se pueda poner en práctica este tipo de terapia en un sistema democrático, es necesario que se produzca una crisis –real o percibida- de suficiente gravedad; de ese modo los gobernantes se hallan liberados para hacer lo que sea necesario –o lo que se considere como tal-. Por este motivo aconsejaba que había que aprovechar momentos de trauma colectivo para aplicar medidas de terapia de choque y lograr una transformación radical de signo neoliberal. Además, según los propios promotores de esta política, el shock económico funciona de acuerdo con la teoría del ataque militar por sorpresa: las personas pueden desarrollar respuestas a los cambios graduales, pero si se aplican todas las medidas radicales súbita y simultáneamente, les invade una sensación de inutilidad y la población acaba por cansarse y ablandarse. Esto mismo es lo que están haciendo en Europa y, más concretamente, en España los gobiernos, que, aprovechando la oportunidad de la crisis económico-financiera, se han apresurado a imponer irreversiblemente las reformas económicas y sociales antes de que la sociedad pudiera reaccionar. Así, cuando algunos analistas empezaron a culpar de la crisis a los bancos, a los mercados financieros y a la falta de controles en el sistema financiero, y se sugirió la necesidad de refundar el capitalismo, dotándole de normas que regulen los mercados a favor del interés general; el neoliberalismo, se empezó a movilizar, para contrarrestar el posible resurgimiento de la corriente intervencionista, y aprovechando la oportunidad que ofrecía la crisis, defendió un cambio de signo contrario, de vuelta hacia el capitalismo puro, partiendo de un diagnóstico diferente de la situación, que señalaba como origen de la crisis el exceso de sector público y la economía de bienestar, y del que se derivaba que era ahí donde había que recortar. El neoliberalismo se apoya en una retórica que defiende sus planteamientos como los únicos realistas o posibles. De ahí viene la expresión de “pensamiento único”; porque, para esta corriente económica, no existe alternativa. Presentan sus soluciones como inevitables, por muy impopulares que puedan ser, y cualquier alternativa es tachada de utópica, anacrónica o irreal. A pesar de que los hechos se muestran tozudos y no se produce el crecimiento anunciado, no aumente el empleo ni se remonte la crisis, se sigue asegurando que es la única manera de salir de la crisis. Las autoridades se aferran a que la situación económica mejora porque se está reduciendo el déficit. Sostienen que los sacrificios no están resultando estériles, ya que vamos por el buen camino hacia el equilibrio presupuestario, considerado como un fin en sí mismo. Los más radicales defensores del liberalismo económico aducen que, para ver resultados de forma inmediata, se debe profundizar más aún en los recortes, en las privatizaciones y en el desmantelamiento del Estado. |